Opinión

2025 golpea más fuerte: la inseguridad supera las cifras del año pasado

Cada vez que salimos a la calle, sin importar el distrito ni la hora, lo hacemos con una pequeña tensión escondida en el pecho. Ya forma parte de nosotros. No la mencionamos, pero la cargamos. Es ese gesto automático de guardar el celular antes de cruzar la pista, ese impulso de girar la cabeza cuando escuchamos una moto acercarse, esa costumbre que hemos normalizado de caminar con la mirada alerta, como si estuviéramos huyendo sin haber empezado a correr. La inseguridad se volvió la música de fondo del país, y lo más grave es que muchos ya dejamos de notar que está sonando.

Los números son fríos, pero el golpe es caliente. En el 2024 se robaron 1,418,941 celulares hasta noviembre: casi un millón y medio de peruanos despojados en segundos. Eso ya era brutal. Pero este 2025 ha decidido ser peor. Solo en la primera mitad del año, 728,493 personas perdieron su equipo, su herramienta de trabajo, su forma de comunicarse con su familia, su mapa, su alarma, su conexión. Son 4,200 robos diarios, más que en el mismo periodo del 2024. Cuatro mil doscientas historias de susto, rabia, impotencia y resignación… cada día.

Pero detrás de cada cifra hay un instante que todos conocemos: el corazón acelerado, el temblor en las manos, la sensación de haber quedado desnudos por un segundo. Algunos solo pierden el teléfono; otros pierden algo más difícil de recuperar: la confianza. La confianza de que podemos caminar tranquilos, de que podemos mirar una vitrina sin sentirnos vulnerables, de que nuestros hijos pueden usar su celular para avisarnos que llegaron bien sin que eso sea un riesgo adicional.

Esa es la herida que no aparece en los reportes: el país vive con miedo. Miedo silencioso, miedo cotidiano, miedo que se pasa de madre a hijo, de vecino a vecino, como si fuera parte de la herencia nacional. Nos hemos acostumbrado a escucharnos decir “ten cuidado”, como si eso fuera suficiente para detener a delincuentes que hacen del robo un oficio y del ciudadano una presa.

Y lo peor es que la sensación colectiva es clara: estamos solos. Los operativos van y vienen, los anuncios oficiales se repiten, pero la calle no mejora. La gente siente que nadie la protege, que la policía llega después, que las autoridades hablan antes y actúan después, que la delincuencia corre más rápido que cualquier plan gubernamental. Y mientras tanto, seguimos aprendiendo a vivir con miedo. A convivir con él. A disimularlo.

Comparar 2024 con 2025 no es un ejercicio técnico: es mirar de frente una realidad que ya no se puede negar. Este año nos están robando más. Y también nos están quitando algo más profundo: la tranquilidad. La que teníamos, la que merecemos, la que el país perdió mientras mirábamos hacia otro lado porque había que seguir trabajando, avanzando, sobreviviendo.

Es momento de que esta conversación deje de ser una cifra y vuelva a ser lo que realmente es: un drama humano que nos toca a todos. Porque cada celular robado no es solo un aparato menos en el bolsillo; es un país que, paso a paso, está perdiendo la libertad de caminar sin miedo.

Marcos GY

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